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¿Quieres hijas/os con tenacidad y capacidad de esfuerzo? Facilita que jueguen mucho (físicamente, no con pantallas)

¿Quieres hijas/os con tenacidad y capacidad de esfuerzo? Facilita que jueguen mucho (físicamente, no con pantallas)

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Juego

[dt_gap height=»10″ /]El juego revista una importancia crucial, toda vez que, al mismo tiempo que estimula el desarrollo intelectual del niño, también le enseña, sin que él se dé cuenta, los hábitos que más falta hacen para ese crecimiento, tales como la perseverancia, que tan importante es en todo aprendizaje. La perseverancia es fácil de adquirir en torno a actividades deleitables, tales como juegos elegidos por uno mismo. Pero si no se ha transformado en un hábito por medio de actividades agradables, es difícil adquirirla mediante esfuerzos más difíciles, como los trabajos escolares.

Lo mejor es aprender a una edad temprana, cuando se forman los hábitos y la lección puede asimilarse de modo bastante indoloro, que raramente conseguimos una cosa con tanta facilidad o rapidez como desearíamos. Es por medio de los juegos que un niño empieza a comprender que no tiene por qué desanimarse si un bloque no se mantiene en perfecto equilibrio sobre otro la primera vez.  Fascinado por el reto de construir una torre, el niño aprende poco a poco que aunque no lo consiga inmediatamente, el éxito podrá ser suyo si persevera. Aprende a no darse por vencido a la primera señal de fracaso, ni a la quinta, ni a la décima; y también aprende que no ha de desanimarse y dejarlo correr para dedicarse a algo menos difícil, sino que debe intentarlo una y otra vez.  Todo eso disfrutando.

Pero esto no lo aprenderá si a sus padres sólo les interesa el éxito, si únicamente le dedican alabanzas cuando las cosas le salen bien, sin dedicárselas también por sus esfuerzos tenaces. A menudo las ambiciones que los padres albergan para los hijos y su deseo de que éstos triunfen son impedimentos que hacen que los hijos no persistan ante las adversidades. Aqui, como en tantas otras situaciones, la profunda convicción interna de los padres de que su hijas/os acabarán triunfando, por mucho que tarde en conseguirlo, es la mejor protección contra la necesidad de empujarle a triunfar, o la tendencia a decepcionarse cuando fracasa, así como contra dedicarle elogios falsos que en realidad no juzgan merecidos.

Muchos jóvenes y adolescentes (y también personas de más edad) se niegan a persistir en tareas que no les resultan fáciles; tienen la sensación de ser unos fracasados porque el éxito se les escapa, como se les escapa a casi todas las personas que no persisten. En realidad son incapaces de persistir en tareas que resultan dificiles al principio debido a deficiencias en sus primeras experiencias lúdicas. Cuando eran niños de corta edad, no tuvieron suficientes ocasiones de aprender, como cosa natural, que se necesitan muchos esfuerzos sostenidos para triunfar, probablemente porque en el fondo a sus padres les interesaba sobre todo que tuvieran éxito y no prestaban también atención a sus numerosos a menudo torpes intentos de alcanzar sus objetivos; o quizás los padres pensaban que las metas del niño eran poco importantes en comparación con las que ellos tenían pensadas para ellos.  Los niños se dan cuenta de esta actitud tanto si se les explica como si no.

Los esfuerzos repetidos, algunos de los cuales son fracasos aunque finalmente conducen al éxito, no sólo demuestran a los niños la necesidad de ser perseverantes, sino que, además les enseñan a confiar en su capacidad de triunfar. Es esta confianza la que, una vez adquirida, hace posible que persistan en una tarea hasta dominarla, adquiriendo y perfeccionando habilidades de pensamiento y los hábitos de perseverancia, paciencia y aplicación, que contribuyen a que sean posibles tipos más complejos de aprendizaje.

Ningún programa de televisión puede fomentar semejante actitud de tenacidad ante los obstáculos, ni puede convencer a los niños de su capacidad de crear totalidad partiendo de partes aparentemente inconexas.

A algunos padres (generalmente por razones que en la mayoría de los casos ellos mismos ignoran) no les satisface la forma en que juega su hijo. Asi que empiezan a decirle como debe usar un juguete, y si el pequeño sigue haciendo lo que él quiere, le «corrigen» e insisten en que use el juguete tal y como ha de usarse, o del modo que ellos creen que debería usarse. Si se empeñan en dar esas instrucciones, puede que disminuya el interés del niño por el juguete -y, hasta cierto punto, por el juego en general- debido a que el proyecto ha pasado a ser de sus padres y ya no es suyo.

Pero no olvidemos que todo este aprendizaje para la vida se realiza a través del juego físico.  Ante todo los niños juegan porque el juego es deleitable en sí mismo. Esto es tan obvio que diríase que no vale la pena mencionarlo; sin embargo, el placer que se saca de la capacidad de funcionar se encuentra entre los más puros e importantes de todos. Gozamos de la experiencia de que nuestro cuerpo funciona bien. En este sentido, Pavlov habla de lo que él llama un «contento muscular», y antes que él Harvey comentó que hay una «música silenciosa del cuerpo». Al ejercitar su cuerpo, los niños sienten tal exuberancia que a menudo son incapaces de permanecer callados y expresan en voz alta el gozo que les produce lo que su cuerpo puede hacer, sin sabe que esta es su causa. Los jóvenes en particular necesitan hartarse de ellos. Incluso los animales jóvenes -sobre todo los mamíferos jóvenes- juegan mientras ejercitan el cuerpo. Los psicólogos hablan del placer inherente al funcionamiento; el placer que derivamos de la experiencia de que nuestro cuerpo y nuestra mente funcionan, y nos sirven bien forma la base de todas las sensaciones de bienestar.

El juego en solitario nos proporciona la satisfacción que se obtiene de la experiencia de funcionar bien, pero jugando con los demás podemos obtener la otra gran satisfacción de la vida: la de funcionar bien con otras personas.

Bruno Bettelheim

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